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El comienzo de una era (de 32 bits)

(Primeras páginas del booklet Hello World).  

Durante el efervescente verano del 69 se sucedieron una serie de eventos que conmovieron al mundo y acapararon las portadas de los periódicos. Las imágenes que se generaron en esos meses, terminaron definiendo la estética de toda una época y es a través de ellas que la historia la recuerda.

Dentro del contexto de la guerra fría, y definido como el gran objetivo en la frenética carrera espacial, el 20 de julio de 1969 la NASA logra posar al Apollo 11 en la superficie de la Luna. El paso pequeño de Neil Amstrong y su huella en el polvo blanco se convierte, gracias a los medios de comunicación masivos y al efecto narcótico del «tiempo real», en el «gran paso para la humanidad». Aunque quizás más importante que el logro de caminar por nuestro desolado satélite estéril, haya sido el haber convocado en sincronía a la mayor audiencia del planeta en toda la historia. Podríamos afirmar que ese día, McLuhan vería por fin convertido en realidad su concepto de Aldea Global.

Días más tarde, el 15 de agosto, daba comienzo el festival de Woodstock, que se convertiría en el icono del hippismo y la contracultura, de la resistencia a la guerra, del amor libre y de la psicodelia. Pero fundamentalmente, Woodstock fue un experimento de auto organización, una zona temporalmente autónoma (TAZ como se definiría mucho más tarde) y, también en este caso, un fenómeno de masas en el que convivieron por tres o cuatro días, medio millón de jóvenes que demandaban una nueva sociedad.

Pero más allá de estas noticias que acaparaban los titulares, entre las que podríamos agregar los asesinatos de Charles Manson, o las detonaciones controladas de bombas atómicas en el desierto de Nevada, hubo un par que pasaron prácticamente desapercibidas.
Por un lado, entre julio y septiembre, Dennis Ritchie y Ken Thompson, empleados de los laboratorios Bell de AT&T, terminaron de compilar el sistema operativo UNIX. Este SO –del que deriva el que ahora utilizan millones de teléfonos móviles y que es parte de Mac OS X-, es, por sobre todas las cosas, el que se ejecuta en la mayoría de los servidores que conforman la web, y como veremos luego, el que regula el pulso temporal de la red.

Por otro lado, el 29 de octubre, uniendo dos ordenadores físicamente distantes, uno en la Universidad de California y otro en la de Stanford, se enviaría el primer mensaje en ARPANET, el embrión de la red que, más tarde, se convertiría en la Internet que conocemos.
Lo que debería haber sido la transmisión de la palabra “LOGIN”, un típico primer mensaje de prueba, banal y autorreferencial, fue modificado por el azar, en una coparticipación hombre-máquina que prefiguraría los nuevos agenciamientos emergentes: debido a un fallo en el ordenador emisor, el mensaje quedó reducido a sus dos primeras letras, “L”, “O”. Por su fonética, tal vez debamos interpretarlo como una versión abreviada de “Hello” y, por lo tanto, el modo en que el código hizo su presentación ante un nuevo mundo, el mundo virtual de las redes digitales.

El comienzo de una era (de 32 bits)

Pero llegó el invierno y atrás quedaba ese agitado verano de paseos lunares y de amor libre en los campos de Woodstock. A las cero horas del 1 de enero de 1970, daba comienzo una nueva era: empezaba a correr el reloj UNIX, en base al cual miden el tiempo prácticamente todos nuestros dispositivos tecnológicos. Teléfonos, servidores de internet, robots, cajeros automáticos, todos necesitan para poder comunicarse, establecer un “ahora”, un tiempo simultáneo de operación, y a partir de allí, un pasado y un futuro. Esa convención, gracias a la cual comenzaron a interactuar hombres y máquinas, fue el tiempo UNIX.

Este sencillo sistema de medición cuenta los segundos transcurridos desde la medianoche en que dio comienzo el año 1970. Al tomarse la decisión de utilizar un número de 32 dígitos -ceros o unos-, el reloj finalizará un primer ciclo completo el martes 19 de enero de 2038, y se habrá acabado entonces esta primera era de 32 bits.

¿Pero qué es lo que caracteriza a esta era? ¿Qué la hace diferente a otros momentos históricos en los que tuvo una decisiva influencia un determinado avance tecnológico?

El cambio principal, – cambio que, utilizando terminología informática, no ha sido un simple «upgrade» del sistema, sino que ha implicado un cambio total de su «arquitectura»- es que estamos ante un nuevo escenario, modelado, controlado e impulsado por la acción de lo digital y, principalmente, por su motor, el código informático.

Desde aquel primer mensaje en ARPANET hasta el último tweet de hoy, la red se ha ido estructurando hasta convertirse en un invisible gigante omnipresente, colándose hasta en el último rincón del planeta. El sunami que representa el proceso de digitalización en todos los estamentos de la sociedad actual, se caracteriza por su acción incesante de desterritorialización y descodificación de todas las estructuras que encuentra a su paso. El «virus» subyacente que lo impulsa, es la propia naturaleza del código y su comportamiento en tanto semiótica asignificante[1]. El código informático no es representativo. Su estructura de unos y ceros está moldeada por el hardware, surge de él sin generar ningún signo que pueda ser reconocible para el ser humano[2].

Somos testigos de cómo este efecto erosivo del código ha alterado -y alterará- progresivamente todas las estructuras que paradójicamente ha venido a asistir, hasta finalmente reemplazarlas por nuevos sistemas. Bancos, fábricas, instituciones públicas, infraestructuras, gobiernos, fronteras, escuelas, museos… todo está amenazado por su carácter disruptivo, socavando jerarquías, privilegios o antiguas convenciones.

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